domingo, 9 de enero de 2011

Línea Muerta

He muerto como un loco ridículo, ahogado en la propia inmundicia cagada por mis neuronas, y todo fue en silencio, en medio de un ruido con olor al perfume de ella: todo gris y salpicado con gotitas de chocolate… pero las nubes aún están ahí arriba, alzándose, tiranas, sobre las cabezas de todos aquellos paganos que ruegan para que sus neuronas no sigan cagando, pero a mí siempre me gustó la mierda, me he rebelado contra la sanidad y por eso he muerto. Una muerte no tan trágica, no tan “de película”: caerse, escuchar el bip bip de línea telefónica ocupada en el oído derecho, sentir la nariz hecha trizas, recordar un pedazo de canción francesa, el rostro fugaz de una chica que palidece y abre la boca para emitir un suspiro: ajá. Y esas ganas siempre persistentes de golpear su rostro en mil repeticiones, de escupirle y meterme en su boca, hurgar sus tripas, agujerear su estómago con la aguja de algún yonky pordiosero, y tatuarle en el culo: asesina, con letras bien claras y grandes, siempre la misma… En medio de aquella muerte recordé aquellos días en los que sus senos amoblados lo eran todo: monólogos eternos, labios suaves y una clara mañana de lunes alrededor de un jardín descuidado, ella poniéndose de pie, ignorándome, y recogiendo flores de cerezo parada en puntillas, los caramelos de sandía con sabor a su lengua, el odio siempre tácito, las ganas de autodestrucción latentes, el sitio que nunca fue para mí, las sombras, el vómito de neuronas, nuestro pequeño mundillo hundido en mierda, un puñetazo en mi estómago… abrir los ojos.

No saber si todo fue un sueño, si realmente vivo o descanso en la tumba de Jim Morrison. Verme en Berlín, o en algún suburbio inglés, con una esposa gorda, un perro flaco y bastardo, una svástica en la pared de cemento y los hombrecillos verdes pidiendo mi alma en las calles… Ponerme de pie y verme rodeado de las paredes rojas de un hipercubo en cinco dimensiones, decirme a mí mismo: hoy no estoy muerto, seguro que vivo y que ella aún está a mi lado. Escucho la voz del locutor de radio y nada suena mejor hoy, nada suena mejor, y los ángeles cantando ahí afuera, un tipo con un nombre igual al mío ardiendo en medio del sol, mandando a su ejército contra mi hipercubo, y de pronto… la soledad… el monstruo femenino devorando corazones vírgenes viene por mí, el robot sin emociones en medio del sol vociferando en plena excitación, exaltando su victoria, el sueño perfecto, el recuerdo al lado de ella, la muerte, todo es mejor al lado de esto: un batalla que me ha cogido sin fuerzas, sólo estamos yo y mi hipercubo para resistir, para recordar su rigurosidad y frialdad, para aguantar ciegamente los golpes del ejército rojo. Y el bip bip de línea telefónica ocupada sigue en mi oído derecho, y al otro lado, allá lejos, una chica pálida escuchando cara al sol se ríe de mí, y me escupe, y sus facciones se vuelven cada vez más grotescas, más groseras… las paredes de mi hipercubo caen y el descontrol se apodera de mí… quiero estar en el útero, en la matriz…

...Y verme rodeado de tranquilidad temporal, verme amparado como un niño entre sus manos que detienen el vómito con caricias olor a césped, creyendo que todo va a estar bien hoy, creyendo que el sol es simplemente el sol, dejando que el viento se lleve lo que queda de mi, lo que queda de nosotros, la borrachera de domingo por la mañana, los golpes de desconcierto, de decepción… Imaginar mi vida entera mientras acaricio la cadena metálica que me recuerda a ella, olfateando los restos de flores secas guardados en algún lugar púrpura de la memoria: un pequeño rincón infinito donde ella es la única reina, donde los días son siempre frescos a su lado, donde la tristeza y el hastío han sido anulados con la suavidad de sus manos, y siempre existe un abrazo para mi cuerpo demacrado por las batallas contra la realidad.